Fue como Eisenhower sacando de la oreja a franceses y británicos de la guerra contra Egipto cuando Násser nacionalizó el Canal de Suez. Pero aquel presidente norteamericano tenía una razón geoestratégica para imponerles de mal modo el final del conflicto de 1956. El motivo de Trump para haber hecho con Israel y con Irán algo parecido, aunque dejando mejor parado a los israelíes que al régimen persa, está más vinculado al vedetismo con que se maneja en los escenarios internacionales.
Calificar de “espectacular” el bombardeo que ordenó muestra su concepción ligada al espectáculo y a la búsqueda de protagonismos estelares en el escenario global.
Lo logró. Su show de guerrero-pacificador tuvo final feliz, aunque podría no ser definitivo.

El ayatola Jamenei sonó ridículo diciendo que Irán había “vencido a Israel” y propinado una “bofetada” a Estados Unidos. No haber firmado una rendición incondicional no implica haber ganado una guerra. Trump nunca usa términos adecuados, pero fue el más claro vencedor. Los dos principales contendientes tuvieron que aceptar un cese del fuego y, entre ellos, el más derrotado fue el régimen que se declaró vencedor.
Israel obtuvo bastante porque aniquiló la cúpula militar iraní, decapitó el equipo de científicos que desarrolla el programa nuclear y destruyó muchas instalaciones militares. Pero a Netanyahu, el jefe de la Casa Blanca, a los gritos, lo hizo desistir de continuar la guerra hasta la caída del régimen chiita. Incluso lo habría presionado para que, a lo sumo en un par de semanas, cesen los ataques en Gaza y acepte una Solución de Dos Estados para la cuestión palestina, a cambio nada menos de que abandone ese territorio lo que queda de Hamas, y la extensión de los Pactos de Abraham a Siria y Arabia Saudita.
Netanyahu quería de Trump mucho más que los bombardeos a las instalaciones subterráneas de enriquecimiento de uranio. El turbio líder ultraconservador quería el fin del régimen iraní. De todos modos, le sobran razones para estar agradecido con Trump. La destrucción causada por el ataque de los bombarderos furtivos B-2 no es lo que puso a Irán contra las cuerdas. Aún si las bombas apodadas “Bunkerbuster” hubieran destruido totalmente esas instalaciones, el daño sería a un capital militar futuro y no al capital militar presente, que son los misiles balísticos y de mediano alcance. Aunque se tratase de un futuro cercano, la pérdida no es una razón para aceptar el fin de las hostilidades. Por el contrario, debió reforzar el casus belli iraní.
Si tras el bombardeo estadounidense lo que hizo Irán fue pactar un ataque simbólico a la base Al Ubeid y aceptar el cese de hostilidades, es porque el mensaje de ese ataque fue que, de no aceptarlo, tendría que dividir sus misiles balísticos entre las ciudades israelíes y las decenas de bases norteamericanas diseminadas en Oriente Medio, lo que consumiría velozmente los arsenales ofensivos de Irán y pondría en peligro al desgastado régimen de los ayatolas.
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El éxito de Trump es significativo aunque difícilmente se convierta en un acuerdo de paz irano-israelí. Quizá tampoco resulte suficiente para un armisticio duradero, como el que detuvo la Guerra de Corea en 1953.
Trump tiene razones para festejar. Biden quiso ponerle límites a Netanyahu y jamás lo consiguió. Trump tampoco podía. Meses atrás anunció un cese del fuego en Gaza que el primer ministro destruyó inmediatamente. Por eso se indignó con Netanyahu, lo que volvió más creíble la amenaza de cortar los suministros con que le impuso aceptar el cese del fuego.

El presidente norteamericano necesitaba que esta sea “La Guerra de los Doce Días”, ni uno más, porque eso lo mostraría como el pacificador que pretende ser.
Lo logró. Pero ese logro podría tener fecha de vencimiento. Sería en el momento en que Israel tenga en la mira un blanco iraní cuya eliminación implique un golpe definitivo. O cuando Irán se recupere de los golpes recibidos y tenga los arsenales de misiles balísticos mucho más colmados que como los encontró esta guerra.
En el caso de Irán, hay una posibilidad aún más peligrosa: que obtenga misiles nucleares listos para ser disparados. Podría recibirlos de Corea del Norte, país que lo ayudó a construir el poderoso Shahed, versión iraní de los proyectiles norcoreanos Nodong. También podría comprárselos ilegalmente a Asif Alí Zardari, el corrupto presidente de Pakistán y viudo de Benazir Butho, cuyos negociados arruinaron los dos gobiernos de su asesinada esposa.
Aunque no es imposible que la guerra irano-israelí continúe detenida. Finalmente, lo que rige en la Península de Corea es sólo un armisticio. Técnicamente, la guerra continúa. Pero desde hace ya 72 años, las tropas y los bombarderos no han vuelto a trasponer el Paralelo 38.